El deseo y la realidad

Por: Carlos Castillo Mendoza

“Quiero escribir, pero me siento puma;
quiero laurearme, pero me encebollo.
no hay toz hablada, que no llegue a bruma,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo”.

                                          César Vallejo

La final del campeonato mundial Brasil 2014 es una muestra de lo que es la confrontación entre el deseo y la realidad. Por orgullo, pertenencia e identidad, muchos deseábamos que Argentina nos reivindicara como continente alzándose con el campeonato, lo cual nos habría hecho creer que, aunque no somos Europa, blanquitos ni del primer mundo, podíamos tener méritos suficientes como para no estar postergados en una lid. Nuestro deseo era que Argentina llegara a alcanzar la copa y con ella nosotros habríamos sentido que vamos por el buen camino y ese triunfo sería la prueba de nuestro acierto.

Pero la realidad es otra cosa y muchas veces no la tomamos en cuenta y la soslayamos pensando que para aspirar a ser o tener lo que aspiramos es suficiente el deseo, la ilusión, el sueño que podemos mostrar como logro. ¡Craso error! Porque lo uno no va sin lo otro, el deseo es el impulso, el detonante, la motivación inicial y lo último en alcanzarse, por lo que una mentalidad madura y responsable no se queda en el partidor, mira si la realidad acompaña esa pretensión, traza sus metas y va en pos de sus logros.

El esfuerzo de uno no basta
Como dicen los comentaristas, Brasil, Argentina y muchos países de la región  (incluido el Perú) pensaron que es posible lograr triunfos porque se tiene una figura que sobresale y sobre él se centran todas las esperanzas para alcanzar lo anhelado; si esa figura se anula o  elimina (caso Neymar) ya no hay obstáculo, y las limitaciones (que son la realidad) salen a relucir con lo que terminamos mostrándonos tal cual somos. Los japoneses tienen un dicho que se aplica en este caso: “el clavo que sobresale, es el que recibe el golpe” con lo cual todo se allana, se empareja y lo que destacaba se vuelve imperceptible.

Como maestro de escuela que soy, veo a mis alumnos de quinto año de secundaria aspirar a estudiar en una buena universidad y seguir una carrera “exitosa”, y veo a muchos de ellos cómo su realidad no los acompaña dadas sus limitaciones académicas, económicas y de madurez personal. Trabajo cuesta hacerles entender que es a partir de la realidad que los sueños se cumplen y no al revés; pero su inexperiencia, el medio social y también la familia terminan por imponerse y los hacen tentar lo más alto con la consiguiente frustración y naufragio.

Para no permanecer instalados en el reino de la idea
El Padre Gustavo Gutiérrez en una conferencia decía: “Todo es excelente, hasta que aparece la realidad”.  Y el papa Francisco, en su encíclica “Evangelii gaudium�� nos recuerda: “La idea –las elaboraciones conceptuales- está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces…”

No le faltaba razón al viejo Marx, quien buscando poner al revés la dialéctica de Hegel, dado que no son las ideas las que determinan la realidad, sino la realidad concreta en sus contradicciones, desarrollo y transformación la que determina las ideas, siempre se esforzó porque la realidad fuera la que condujera nuestros pasos y ocupara el centro de nuestra acción. Cuando no se ve bien la realidad, la alienación se convierte en nuestra identidad, los errores se repiten, los atajos se vuelven consigna, los éxitos no llegan, mentir es la coartada de cada día y el delito una posibilidad nada despreciable.

Por ello, me impresiona las respuestas de aquellos que me dicen que votarán por la hija de un reo porque su padre se exhibe muy deshilachado y maltrecho. O de los que elegirían a quien “ha robado pero hizo obra”. Peor aún, hay quienes no se arrepienten de haber elegido a un minusválido para nuestro Congreso Nacional porque sintieron lástima, y no ven cómo la realidad les salpicó a la cara cuando la justicia los está procesando. Así no se triunfa en nada.

Cuando un país sustenta moralmente a un equipo de futbol y no al revés
Todos sabemos lo que Alemania representa hoy para la zona euro. Sabemos de sus fortalezas y de la manera como se está conduciendo en la política y la economía. Pocos países han aportado tanto a la cultura mundial como la Germania. Y no de ahora. La ciencia, la filosofía, las artes, la teología y la industria tienen en ese país a uno de los pueblos pioneros en la construcción del conocimiento universal. Entonces, saberse representante de esa nación, no es para ir a disimular que se juega, sino para llegar y jugar de verdad.

A nosotros nos pasa todo lo contrario, esperamos que  nuestra grandeza nacional sea el resultado del esfuerzo de once jugadores, pero como cada quien trabaja para su logro personal, los goles no llegan y la realidad nos salta a la vista sin consideraciones ni maquillaje. El resultado ya lo conocemos y nuestro desconsuelo no tiene cuando acabar.

La lección
Hay mucho por aprender de este resultado: el triunfo no se improvisa, porque termina siendo efímero, el éxito se cultiva paciente y que no hay individualidades sino actos colectivos, lecciones que debemos tener presente para saber por dónde transitar.

Mientras nuestro país no dé pasos significativos hacia su propia transformación, conducido por mujeres y hombres probos, rectos y sabios (como postulaba Platón), a los que seguimos no por lástima o consigna, sino porque nos prestigian, jamás seremos una nación grande entre los grandes. Por el contrario, el saqueo, el vandalismo y el pandillaje se cobrarán siempre la revancha.